martes, 20 de septiembre de 2011

MISTICISMO

Una experiencia mística significa que uno experimenta una 
unidad con Dios o con «el alma universal». En muchas religiones 
se subraya la existencia de un abismo entre Dios y la obra de la 
creación. No obstante, para los místicos no existe este abismo. Él 
o ella ha tenido la experiencia de haber sido absorbido por Dios, 
o de haberse «fundido» con él.
La idea es que lo que habitualmente llamamos «yo» no es 
nuestro verdadero yo. Durante brevísimos momentos podemos llegar a sentirnos fundidos con un yo mayor, por algunos 
místicos llamado «Dios», por otros «alma universal», «naturaleza 
universal» o «universo». En el momento de la fusión, el místico 
tiene la sensación de “perderse a sí mismo”, de desaparecer en 
Dios o desaparecer en Dios de la misma manera que una gota de 
agua «se pierde en sí misma» cuando se mezcla con el mar. Un 
místico hindú lo expresó de esta manera: «Cuando yo fui, Dios no 
fue. Cuando Dios es, yo ya no soy». El místico cristiano Silesius 
(1624-1677) lo expresó así: «En mar se convierte cada gota 
cuando llega al mar, y así el alma se convierte en Dios cuando 
hasta Dios sube». Pensarás que no puede ser muy agradable 
«perderse a sí mismo»; entiendo lo que quieres decir. Pero lo que 
pasa es que lo que pierdes es muchísimo menos que lo que 
ganas. Te pierdes a ti mismo en la forma que tienes en ese 
momento, pero al mismo tiempo comprendes que en realidad 
eres algo mucho más grande. Tú eres todo el universo; tú eres el 
alma universal, querida Sofía. Tú eres Dios. Si tienes que soltar a 
Sofía Amundsen, puedes consolarte con que ese «yo cotidiano» 
es algo que de todos modos perderás un día. Tu verdadero yo, 
que sólo llegarás a conocer si consigues perderte a ti misma, es 
según los místicos una especie de fuego maravilloso que arde 
eternamente.

Todo el gran planeta se había vuelto una sola persona viva, y era 
como si esta persona fuera la misma Sofía. Yo soy el mundo, 
pensó. Todo ese gran universo que ella a menudo había sentido 
como algo inescrutable y aterrador, era su propio yo. El universo 
también era grande y majestuoso, pero ahora era ella quien era 
así de grande.
Esa extraña sensación desapareció bastante pronto, pero Sofía 
estaba segura de que no la olvidaría nunca. Era como si algo 
dentro de ella hubiese salido saltando por su frente mezclándose 
con todo lo demás, de la misma manera que una gota de colorante podía dar color a una jarra entera de agua.
Cuando todo hubo acabado, fue como despertar con dolor de 
cabeza después de un maravilloso sueño. Sofía comprobó con un 
poco de desilusión que tenía un cuerpo que intentaba levantarse 
de la cama. Le dolía la espalda de estar tumbada boca abajo 
leyendo las hojas de Alberto Knox. Pero había tenido una 
experiencia que no olvidaría nunca.
Finalmente logró poner los pies en el suelo. Perforó las hojas y 
las archivó en la carpeta junto con las demás lecciones. A 
continuación salió al jardín.
Los pájaros trinaban como si el mundo acabara de ser creado. 
Los abedules detrás de las viejas conejeras tenían un color verde 
tan intenso que daba la sensación de que el creador aun no había 
mezclado del todo el color.
¿Podía ella creer realmente que todo era un solo yo divino? 
¿podía ella pensar que llevaba consigo un alma que era una 
“chispa de la hoguera”? Si fuera así, ella misma era un ser divino

No hay comentarios:

Publicar un comentario